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Welcome to India

Dicen que todo lo que pasa en la India es diferente a lo que puede pasar en cualquier parte del mundo. Por ahora, les creo.


Llegar al aeropuerto sólo, en un país tan distinto, debe ser de lo más shockeante. Más aún considerando el olor característico que nunca cesa y está en todos lados. Por suerte me fueron a buscar, así que la llegada no fue tan grave. Llegar a una ciudad nueva siempre está bueno. Pero llegar a una ciudad donde lo primero que ves son autos del ’70, rickshaws y miles de autorickshaws, definitivamente te deja atónito. Más aún viendo que manejan como si fueran inchocables – y del otro lado que nosotros -, se cruzan en cualquier lugar, y los colectivos van más llenos que el 152 en hora pico. Los colores de la ropa son súper vibrantes, y en el medio de la ciudad se ven parques con monos, jabalíes y vacas como si fueran perros y gatos. Igual que en occidente. Definitivamente India empezó a darme vuelta mis esquemas de “normalidad” desde el primer día. La gente es súper amable. Los dueños de la casa-residencia donde estoy parando son amorosos, me recibieron con una sonrisa enorme que resalta aún más con su color de piel. Con la mejor predisposición me mostraron las instalaciones y explicaron los códigos que rigen acá. Me dijeron que en el mercado podía conseguir unas fotos carnet que necesitaba. “Wow, ¿un Carrefour con kiosco Kodak en este barrio tan tranquilo?”, pensé. Ilusa. El mercado es tal cual en las películas. Un puesto al lado de otro, lleno de gente, motos que andan por los pasillos como si estuvieran en la calle, y vendedores que atienden de a 4 o 5 personas a la vez. Lo que más me llamó la atención es que en todos los locales, sean del rubro que sean, tienen estatuillas y mini altares con imágenes de sus dioses principales: Ganesha, Vishnu y Shiva. Ya va haber tiempo de seguir conociendo y empezar a entender. Así que, si la magia pasa fuera de la zona de comfort, “let the magic begin”.

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