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Un día en la vida de Kola @ Nepal

Cuando me preguntan "¿qué vas a hacer después?” realmente siempre respondo lo mismo: “Realmente mi vida cambia a cada segundo”. Y es así… El lunes pasado, junto con la celebración del año nuevo Nepalí, terminó la jornada de entrenamiento para emprendedoras. Cenando, una de ellas, Kola, nos invitó a Marisela, una amiga mexicana igual de especial (por no decir loca) y a mi, a su casa en la aldea rural, invitación que claramente aceptamos automáticamente. Nadie creía que hablabamos en serio, generalmente los extranjeros tienen fama de decir a todo que si, emocionarse con historias de progreso, felicitarlos, y volver conformes a su cajita de comodidad.

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Kola no habla inglés y nosotras no hablamos nepalí, pero ahí vamos. Con dos mochilas enormes, una valija a rueditas, dos cajas llenas de lámparas para vender y los bolsos de Kola, cambiando entre un colectivo y otro para llegar a Dhading, el pueblo rural donde ella vive con su familia. Obviamente ésta es una de esas historias que le cuento a mi familia cuando vuelvo sana y salva, porque si vieran dónde nos metimos, donde no encontrás un extranjero ni por casualidad y los colectivos viajan con la gente como sardinas, les daría más de un dolor de cabeza. Pero todo salió perfecto :) (mamá, quédate tranquila).

Además del paisaje increíble entre montañas, campos de arroz y cabras, una de las cosas más interesantes fue ver cómo Kola, que iba sentada al lado mío, se encargó de comentarle a cada persona que se le sentó al lado cómo funcionan las lámparas solares, sacando de su carterita la lámpara más chica de transportar y haciendo una demostración en vivo. Definitivamente una emprendedora que no está dispuesta a perder el tiempo.

Después de un par de horas llegamos al pueblo, cruzamos un puente colgante (que afortunadamente había uno, porque generalmente no hay) y caminamos por caminitos super estrechos que dividían los diferentes cultivos. La escena era de película, una vista increíble de una aldea rodeada por montañas, donde unos cuantos granjeros se levantan cada día a cuidar de sus cultivos, chicos corriendo por doquier en su jardín sin límites, todos levantando la vista y saludando al ver a su vecina Kola caer con nuevos huéspedes. Cuando aceptamos la invitación le insistimos en que la íbamos a ayudar a trabajar porque después de haber estado una semana fuera de casa, había mucho por hacer: ordeñar el búfalo, sacar a pasear a las cabras, juntar tomates, cocinar...


Claramente, tampoco nos creían que queríamos ayudar a trabajar, así que apenas llegamos, almorzamos, nos presentó a la segunda esposa de su marido, a su marido y a sus cuatro hijos y nos mandó a pasear. En su cultura, es casi mandatorio dar a luz a un hijo varón para preservar el linaje masculino y como ella no podía dar a luz, sumaron a una segunda esposa a la familia, que dio a luz a una nena y a un nene. Luego, Kola dio a luz a dos nenas, pero ella considera a los cuatro como sus hijos y realmente es tanto el cariño que se tienen entre ellos que todavía no logramos terminar de descubrir cuál hija pertenecía a quién, todos son sus hijos y ella es la mamá de todos.

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La hija mayor, Pratiksha, nos llevó a conocer la aldea cuando terminamos de almorzar y un malón de piojitos se nos fue sumando a medida que caminábamos hacia la montaña. Ella sí habla inglés y es muy buena en la escuela, así que su mamá, orgullosa, cuelga todos los diplomas que le dan. Nos llevaron a conocer su “playground”… subiendo y bajando por caminitos de una altura considerable, llegamos a un valle increíble, donde todos corrían felices y cantaban. Cruzamos a varios granjeros pastoreando en el medio del bosque o simplemente lavando la ropa en el río, que intrigados por nuestra presencia nos saludaban al pasar con una gran sonrisa, y un namaste, juntando sus manos en el pecho. 



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Volvimos a la casa e insistimos tanto en querer ayudar que nos llevaron al campo de tomates, donde nuestra anfitriona estaba seleccionando los tomates más perfectos y lindos, para luego vender en el mercado. Nos enseñó a discernir entre los que estaban para la venta o no y ahí nos dimos cuenta que juntando tomates nos moriríamos de hambre (ups). Tres cuartos de los que nosotras considerábamos “para la venta” eran feos, para ella. Pero realmente no es que estaban feos, sino que el proceso de selección era demasiado exquisito, por ende a los que estaban más o menos, los tiraban al campo de nuevo... Y tanta exquisitez por 25 Rupias por Kilo (25 centavos de USD o 2,5 pesos argentinos). Cuántas oportunidades de “reciclar” esos tomates para, en vez de tirarlos, hacer otra cosa, ¿no?

Después de juntar tomates volvimos a la casa a hacer compañía mientras ordeñaban el búfalo y alimentar a las cabras que, de a poco iban volviendo de andar caminando por ahí. No me críe en el campo así que mi interacción con las cabras nunca había sido tan cercana, me resultó muy gracioso cómo son tan cariñosas y domésticas por más que uno las vuelva locas. 

Hacia el atardecer se empezaron a acercar los demás vecinos y parientes que vivían alrededor para su momento de la tarde… ir adentro a ver televisión. Fue una experiencia interesante, estar ahí, sentadas en el piso, viendo en la televisión una hermosa actriz de Bollywood confesando que uno de sus más grandes defectos es caminar chueca en la pasarela… y otra, completamente maquillada para parecer blanca, hablando del lanzamiento de su marca de ropa que estaba saliendo en Vogue y CUÁN importante es estar bien vestida… mientras estábamos ahí… en una casa humilde, mientras las dos mamás cocinaban a leña en un cuarto, llenándose de humo la ropa que van a volver a usar al otro día, porque claramente no está en su orden de prioridades.

Nos malcriaron como a nadie y durante nuestra breve estadía comimos, sin exagerar, la mejor comida que hayamos podido comer en Nepal. Así que con la panza llena y la luna brillando, quisimos salir a explorar el pueblo de noche.

Después de todo, conocimos a Kola en la jornada de entrenamiento para emprendedoras que iban a vender productos con paneles solares y lámparas a sus comunidades, así que, que mejor manera que ver con nuestros propios ojos cómo funciona la noche en una aldea remotas de Nepal. Tomamos una lámpara portátil y salimos a caminar con Pratiksha. Algunas de las casas estaban conectadas al conducto eléctrico, pero la electricidad no era constante sino intermitente, por lo que no era una fuente confiable. Se pueden ver los cuartos que operan de cocina con esa capa de humo que ocupa un tercio del espacio y los destellos del fuego que iluminan a la gente mientras prepara la cena después de un arduo día de trabajo bajo el sol. Se ven lucecitas de personas a la distancia, caminando de un lugar a otro, iluminando con sus celulares, quizás, pero ninguna fuente segura de luz que les permita hacer sus labores mejor.

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Caminamos por los pasillos de tierra, completamente embarrados, al lado de barrancos bastante altos por donde los nenes corren desmedidamente a cualquier hora, de una casa a la otra. Está bien, quizás están acostumbrados, pero… ¿si se caen? ¿si se lastiman? ¿quién les cierra una herida para que no se les infecte? Y no solo eso, a las personas que vienen con esa enorme carga sobre su cabeza… un tropezón en el barro puede jugarles una muy mala pasada. Así fuimos, por el caminito de barro con nuestra linterna que cargamos al sol durante el día, caminando hasta el descampado, a sentarnos un rato a mirar las estrellas, en un silencio lleno de grillos, abrazado por las siluetas de las montañas y las luciérnagas que cruzaban de un lugar a otro. Sentadas en la tierra mirando las estrellas realmente el tiempo no pareciera pasar. ¿Cuántas veces por semana nos dedicamos el tiempo de simplemente mirar para arriba y darnos cuenta de que somos parte de esta gran inmensidad?

Al rato volvimos y nos encontramos con la grata sorpresa que la líder de la casa, Kola, estaba en el cuarto de los niños, encerrada, sola, repasando las notas de lo aprendido y sacando los números del día. Seguramente nadie en la casa es consciente de que ella dedica ese tiempo al final del día para llevar las finanzas de la casa, pero así es como mantiene a los siete andando.

Fue toda una experiencia haber podido ver cómo su nueva rama de emprendedurismo funciona en el campo y cuán útil e importante es llevar este tipo de productos a lugares como la aldea donde Kola vive. ¿Podés imaginarte cómo es querer caminar de tu casa hasta la de tu vecino y no poder hacerlo simplemente porque el terreno es empinado y eso sería peligroso? No, ¿no?. Así es, y algo tan sencillo como una linterna solar, que no se le gasta la batería, que no se rompe, y que dura años, lo soluciona todo, o al menos esa parte del problema.

Como la familia de Kola, hay miles de familias que viven en la misma situación y aún muchas más que están en completa oscuridad. Hoy por hoy, me provoca una enorme felicidad el saber que casi unas 20 mujeres van a estar ayudando a muchas familias a mejorar la condición en la que viven al llevarles productos útiles, que no contaminan y que encima les ahorran dinero en el mediano plazo. Pero no solo eso, sino también el hecho de que son capaces de confiar en sí mismas y desarrollar su capacidad creativa que les va a permitir darle más oportunidades a su familia y especialmente a sus hijos, porque esa es una de las grandes aspiraciones de la mayoría. En el lapso de una semana intensiva, no me dejo de sorprender con los grandes cambios que pude ver. Madres, emprendedoras, líderes y ejemplos de que se puede. Nada es excusa si estás dispuesto a trabajar, pero cualquier cosa puede ser buena excusa para evitarlo.


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