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Tejer oportunidades #HistoriasdeComercioJusto

Corría el año 2014 y ahí estaba, en la mesa de mi casa de Tandil sentada frente a la computadora con el buscador de Google abierto y el mate listo para ser cebado. Acababa de volver de mi primer año de trabajo en India, sabía que mi estadía en Tandil era temporal, pero aún no tenía en claro cuál era el siguiente paso. Lo único que tenía decidido era que quería aprender todo lo que pudiera sobre Empresas Sociales. Había algo en ese concepto que me llamaba poderosamente la atención y esta vez quería sumergirme en ese mundo hasta el fondo.



Me encanta estudiar, así que empecé a buscar programas de formación, posgrados, cursos sobre Empresas Sociales en todo el mundo. De todo lo que encontré, seleccioné dos para empezar: un programa intensivo de verano sobre Negocios Inclusivos y Empresas Sociales de la Universidad HEC París, el Yunus Centre y Danone (al que apliqué a una beca y es otro capítulo aparte), y un Curso Online gratuito en Coursera sobre Empresas Sociales de la Universidad de Copenhagen. 


Comencé el Curso Online y me sumé a una iniciativa opcional de armar un trabajo grupal con otros compañeros. Quienes estábamos cursando en simultáneo, nos conectamos y formamos grupos. En mi grupo había personas de Brasil, Estados Unidos, Perú, Argentina, Chile, Portugal, Australia, y Colombia, la mayoría llevando a cabo proyectos súper interesantes. Pero de todos ellos, hubo uno que me llamó mucho la atención: Talento Colectivo, un proyecto de Paula Restrepo una emprendedora social Colombiana que buscaba potenciar el talento de mujeres Wayuu, en La Guajira Colombiana, poniendo en valor su trabajo, produciendo y vendiendo bajo principios de Comercio Justo.


A los pocos meses de esa experiencia de trabajo virtual, tuve la oportunidad de viajar a Colombia y conocer a Paula. Ella fue la primera persona que me habló sobre qué era el Comercio Justo. Una mujer decidida, fuerte, y amorosa, que me recibió en su casa en pleno proceso de mudarse de Bogotá a La Guajira para trabajar con las comunidades codo a codo. Cuando hablaba sobre su trabajo, una profunda pasión le emanaba de sus ojos. Su convicción y compromiso con las tejedoras la habían convertido en una líder dispuesta a romper convenciones y levantar la voz de quienes a veces se ignora. En Colombia, de la misma manera que sucede en Argentina y en muchos otros países en cuyas raíces se encuentran comunidades indígenas, hay miles de personas que viven en lugares rurales, cuyos derechos han sido vulnerados, sus territorios se encuentran en conflicto y el acceso a servicios básicos es casi inexistente.


La idiosincracia de las comunidades rurales es diferente a la urbana, cada región cuenta con sus costumbres, cultura, dialecto, normas sociales, y en muchos casos, la transmisión de saberes se hace de generación en generación. El tejer es una práctica milenaria que comparten muchas comunidades indígenas en diferentes países del mundo. En muchos lugares el tejer es una actividad grupal, que conecta a las mujeres en rondas, les permite desarrollar su creatividad y contar sus historias.


Hay tejidos que demoran 2, 3 meses en hacer y terminan vendiéndose en una toalla en el piso, a un precio ínfimo, en alguna calle turística de la ciudad más cercana al pueblo. En el mejor de los casos, al precio que los artesanos ponen, pero expuestos a ser negociado su valor por turistas que no se atreven a negociar el valor de su cuarto de hotel All-Inclusive, pero que si negocian hasta el último centavo en una feria informal, de paseo en sus vacaciones.


La gran diferencia entre pasar la tarjeta en el lobby del hotel y comprar alguna artesanía en la feria, es que probablemente todas las personas que estén detrás de ese hotel, tengan un lugar decente para vivir, agua potable, comida todos los días y una buena educación para sus familias, mientras que el artesano de la feria, quizás es el representante de unas 10, 20 tejedoras que muchas veces no tienen acceso a educación para sus familias, agua potable, luz o un hogar en el que desarrollarse. Viven de vender sus productos, por los que muchas veces obtienen centavos, pero que suelen valer muchísimo más. Lo que esos artesanos quizás no saben es que si sus productos estuvieran expuestos con una etiqueta “de marca” en una vidriera lujosa, su panorama de oportunidades variaría drásticamente.


El Comercio Justo es una herramienta concreta para decir: “esto es lo que vale”. Defiende el trabajo de los artesanos, ofrece productos de calidad,  y nos enseña a observar el valor real de aquello por lo que pagamos, para que seamos consumidores más conscientes. Pero no todo es cuestión de dinero, “pagar un precio justo” es sólo uno de los principios que promueve esta herramienta, o se podría decir filosofía de vida.


Paula me mostró la punta del iceberg del Comercio Justo y para mí, esas dos palabras, se volvían un camino de ida.

¿Qué más crees que logra el Comercio Justo?

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